martes, 17 de mayo de 2011

No voy y punto


Me faltan ocho semanas para concluir mis estudios profesionales en una institución que lo que tiene de prestigiosa lo tiene de insoportable, por lo menos para mí.

He sufrido cuatro años en la esquina de un salón de clases solo y sin amigos. He sufrido el incesante acoso de las bromas estúpidas de mis compañeros, de sus malas costumbres, de su falta de aseo, de su poco tino, de su inexplicable afán por aprender una carrera en la que pueden morir con un simple tropezón.

Odio casi todas las ramas de mi carrera. Odio todos los rincones de mi instituto (pero los amo todos cuando estoy solo). Odio a las dos cuartas partes de mi promoción, no le hablo a una cuarta parte y a la parte restante la utilizo para obtener buenas notas (somos sólo veintidós)

El 8 de Julio, día en el que se termina mi vía crucis, veintiun personas saldrán a celebrar un logro más en su vida. Desde ese día podrán decir con orgullo que son egresados del que probablemente califica como el mejor instituto para técnicos de América latina, sin embargo, yo celebraré que al fin he llegado a la última estación de ese tren que tanto me costó abordar, yo celebraré que cumplí con mi familia y que, bien o mal, logré darle un norte a mi vida.

Yo ingresé a TECSUP, porque fracasé en la universidad, porque desperdicié el esfuerzo y el dinero de mi madre, porque tenía que redimir el daño y la vergüenza que directa o indirectamente le hice pasar, y que mejor forma de hacerlo que ingresando a la institución educativa a la que disimuladamente me habían estado empujando mis padres años antes.

Cuatro horribles años arrastrándome a las tres de la tarde a clases que no quería recibir, escuchando a profesores que no quería escuchar, soportando a compañeros con los que prefería no tratar. Y a tan solo ocho semanas de terminar la carrera a uno o varios de esos jefes de departamento que llevan las riendas de TECSUP, no les ha bastado con obligarme a asistir al 70% de clases y tenerme recluido en una de las peores zonas de Lima durante cuatro años, si no, que han tenido la genial idea de obligarme a asistir a un par de talleres “extra” que probablemente me generen algún nuevo conocimiento, pero que por ser dictados en ese infierno no me despiertan ni curiosidad.

No pienso asistir a ninguno de esos talleres. Ya falté por completo al primero, cuyo propósito ,supongo, constaba en hacer más unida a mi promoción, porque hicieron la típica dinámica de dejarse caer hacia atrás con los ojos cerrados confiando en que tu grupo de “amigos” (en esta caso la promoción) te sostenga antes que llegues al piso y en consecuencia te desnuques.

Felizmente no asistí, en primer lugar porque no me interesa asistir a ninguna dinámica con mi promoción, en segundo lugar porque no podía, y en tercer lugar (y no por eso menos importante) porque no me hubiera dejado caer hacia atrás por el simple hecho que la confianza que le tengo a mis veintiún compañeros es equivalente a cero, además tengo la certera presunción de que ninguno de los veintiuno hubiera hecho el menor esfuerzo en sostenerme.

No fui, no iré, y de ser necesario llevaré mis derechos hasta las últimas instancias, porque no se trata únicamente de mis prácticas profesionales o de mi graduación las que están en juego en esos talleres, se pone en juego también mi integridad física o hasta mi vida en cualquiera de esas desafortunadas dinámicas.