En la puerta de lo que parecía ser una casona maltratada por los años, y definitivamente en algo que pudo terminar mejor que una academia preuniversitaria san isidrina destacada por el hacinamiento, una cantidad innumerable de bichos voladores y pájaros en los ductos de ventilación, fue que el profesor te preguntó: ¿Cómo vas a llegar una hora tarde a clase si te levantas a las 5 am? (según tu testimonio) a lo que solo atinaste a pronunciar las dos únicas palabras que pueden poner en evidencia tu ignorancia o hacerte sobresalir entre los imbéciles…”no sé” , una risa tímida asomó entre los asistentes retrasados por la vida o más bien por la pereza de madrugar para ir a clase ese día, entre ellos yo, pero en mi caso simplemente no me dio la gana de llegar temprano a escuchar la clase de ingles inservible que dictaban ese día.
Al oír tu respuesta tan insulsa pero sobresaliente, solo confirmé lo que tu cara marcada por las ojeras y las antenas parabólicas que tenías al costado de la cabeza me habían dicho. El profesor nos obligó a entrar al salón faltando solo cinco minutos de clase, no me extrañó entrar al salón y ver a todos somnolientos con la cabeza apoyada en la carpeta esperando que Vilma, profesora de ingles que apenas pasaba por el marco de la puerta debido a su gran tamaño, terminara de burlarse de sí misma con chistes que solo le agradaban a ella e incomodaban a las más alimentadas de la clase.
Por una de esas casualidades te sentaste dos carpetas detrás mío, no recuerdo porqué te hablé, probablemente porque tenías algo de comer o resolviste algo que yo no pude. No hablamos más de diez minutos y en efecto lo de imbécil estaba en ti, pero había algo más.
Al día siguiente nos volvimos a encontrar en la puerta pero esta vez estábamos puntuales me acerqué y te salude mientras te despedías de tu mama, que de hecho pensó que te iba a vender droga o algo así por las fachas que yo llevaba en esa época.
Sin querer empezamos a sentarnos juntos a ser los payasos de la clase hasta el punto de visitarnos diariamente o compartir el almuerzo. El concepto de imbécil que tenía de ti se había desvanecido probablemente porque yo era tanto o mas imbécil que tú.
Como siempre soy el último en enterarse de todo, fui el último en notar que te habías vuelto mi persona favorita, y es que si de las 24 horas del día pasaba 12 contigo, 12 horas en que la realidad parecía no tener la contundencia que en efecto tiene.
Todo un embarazo, 9 meses en una cárcel en forma de casa y con propósitos educativos, 9 meses en los cuales 2 ó 3 personas más se nos unieron y nos alejaron aún más de la realidad.
Ingresamos a la universidad y si bien ya no nos veíamos a diario, seguimos en contacto de cuando en cuando conversábamos hasta el amanecer hasta que se volvió una rutina, muy divertida dicho sea de paso, cada uno tenía su vida pero no reuníamos en las noches para conversar y eso nos mantenía con vida.
Tres o cuatros días antes de navidad te desapareciste, me dijeron que te habías ido a la playa y luego me enteré que después de ese día playero ni tu ni yo volvería a ser como antes. Un accidente me dijeron, no le tomé mayor importancia, “esta en la clínica” me dijo tu hermana, seguí sin preocuparme probablemente guiado por esa mala costumbre mía de restarle importancia a las cosas que realmente importan.
Llegué a la clínica, sin saber las dimensiones de lo ocurrido. Una ola fue, uno de esos revolcones que te cambian, que te hacen percibir las cosas de otra forma y hasta te privan de sentir como antes o de sentir en lo absoluto.
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