sábado, 5 de marzo de 2011

Capítulo 3: Mi niña veneno


Nana me mandó mensajes durante varios días, totalmente arrepentida. Cualquier excusa era buena para pasar por la puerta de mi instituto e intentar verme. Yo, ligeramente dolido, pero consiente que el final de aquella aventura casi suicida había llegado, cedí ante sus peticiones y acordamos vernos un día para conversar.
Nos encontramos en su universidad y nos sentamos en una banca. Su justificación era que Sante estaba enfermo y no podía dejarlo de buenas a primeras y que de ser necesario tenía que jugar a ser la enamoradita abnegada que lo apoyaba contra vientos y mareas, que él era un hombre desafortunado que había crecido solo con el apoyo de su madre.

Me conmovió la vida de Sante y pensé que tranquilamente podría hacerse una novela mexicana inspirada en su vida. Nana me prometió que se iba a apartar de él ni bien pudiera. No le creí ni una sola palabra, por eso, fue que le dije …”Nana lo nuestro iba a terminar algún día, pero no tenia porque terminar así”.
Me abrazó y lloró como nunca nadie antes me había llorado, se convirtió en una niña inconsolable y mientras más la abrazaba (como quien calma a un niño que está arrepentido de su malacrianza), más me lloraba…la perdoné, pero le dije que todo había acabado, la deje en su clase y me marché con dirección a mi casa.

A los pocos minutos me llamó y me dijo para vernos en ese instante, no sé porque acepté, no sé porque cedí, sólo sé que la quería para mi, que no me podía alejar de ella y a los pocos minutos terminamos enlazados en un beso francés de esos que te erizan la piel, uno de esos ósculos que solo se dan en las reconciliaciones y que a mi organismo le hacen olvidar cualquier cosa (soy fácil) incluso la traición.
Al poco tiempo formalizamos nuestra relación, ya éramos una pareja de enamorados felices, y luego de una serie de dimes y diretes Nana me se separó de Sante por completo (eso me dijo).

La vida me había dado la oportunidad de redimir todos mis pecados, de demostrarme a mí mismo que era capaz de mantener una relación buena, bonita, honesta, y lo más importante, tenía la oportunidad de reparar todo el daño realizado y de darle a Nana lo que se mereció desde el principio.
No hubo petición a la que no cediera, no hubo capricho que no cumpliera, me encargue de adornar a Nana con velas y dulces, con paseos y engreimientos. Estaba embelesado, nunca había tenido una relación tan real, tan mía, sin embargo, todo cambio a los pocos meses.

Nana se volvió insufrible de un momento a otro, el empuje que yo le daba para que asistiera a clases le empezó a irritar, sus problemas familiares la volvían intratable, los consejos que le daba, la ayuda que le ofrecía parecía no tener eco en su cabeza y cada vez que teníamos una pelea (la mayoría de veces por su culpa) simplemente me terminaba argumentando que yo me merecía a alguien mejor.
Yo adjudicaba a esa conducta rebelde y a esa visión obtusa de las cosas todos los problemas que tenía que afrontar con su familia, además Nena y su familia no nos podían ver juntos ni en pelea de perros.

Junto con todos estos síntomas de una relación que empezaba a tornarse enfermiza, se inició el problema del celular. Que yo cogiera el celular de Nana era el equivalente a echarle agua a un gremlin.
La transformación empezaba cuando su nerviosismo se hacía evidente, un ligero enojo aparecía inmediatamente después para luego pasar a un torpe y aparentemente despreocupado forcejeo con el celular, y para culminar, una frase que me sentenciaba como el peor enamorado del universo. “No te lo doy porque lo que tú buscas es encontrar algo, te lo daré el día que confíes en mi”

Pasaron los meses y el celular, mi desconfianza, y su incomprensible hostilidad eran los ingredientes necesarios para armar la jarana. Importaba un carajo que le hablara tranquila y pausadamente, que le ilustrara con ejemplos y en pizarra que yo aspiraba tener una relación madura, y que no desconfiaba de ella (en este último mentía), pero nada era suficiente, terca como sólo ella podía ser se cerraba y yo terminaba cediendo, cediendo con la certeza de que un día podría coger ese celular y satisfacer mi curiosidad o mi falta de confianza.

Por momentos creí que toda mi desconfianza eran fantasmas que me perseguían por su traición previa, que su mal humor iba a desaparecer cuando sus problemas se arreglaran, pero había momentos en los que la desconfianza me carcomía los sesos y le imploraba la verdad. “Nana si hay otra persona dime y yo voy a entender”, “Nana dime la verdad sea cual sea”…nunca dijo nada, siempre negó todo.

A pesar de todo mi esfuerzo y dedicación para tratar de mejorarle la vida, Nana se las arreglo para joder un ciclo más de la universidad y por el cual tuvo el ejemplar castigo de irse de vacaciones a su pueblo natal. Una vez más me llamó llorando (como solía suceder cada que tenía un problema) y yo que no sirvo (pero intento) resolver problemas traté de consolarla haciéndole entender que tal vez era lo mejor para que aclarara su cabeza y revisara sus prioridades.

Un día antes que partiera almorzamos juntos y me pidió mi clave de Messenger. Yo no tenía nada que ocultar así que se la di para que estuviera más tranquila, pero con la condición de obtener la suya a cambio… Nana aceptó.
Por la noche llegué a mi casa y traté de ingresar a su correo, la clave que me había dado no era la correcta, me había agarrado de cojudo al fiel estilo de Nena.
Nana se fue a su pueblo, no sin antes haberse ido pa’l carajo con un ticket exclusivo que me encargué de hacerle llegar, desde esa fecha las investigaciones a la vida de Sante y allegados empezaron.

Nana y yo estuvimos peleados cerca de semana y media, me repetía que ella sabia cuanto valía y lo que realmente era, que sus lagrimas no eran de cocodrilo, que yo no confiaba en ella (en efecto no lo hacía) y que me estaba encargando de hacerla sentir mal (me declaro culpable).
Dejé pasar el episodio de la clave, no obstante, era obvio que Nana ocultaba algo así que decidí esperar pacientemente que la marea baje. La llame un una noche (Nana no tenia internet por las noches), y le hablé desde el corazón, con lo poco de corazón que me quedaba, empujado por la amistad que aún prevalecía… tenía la esperanza de ver a Nana ceder ante mis peticiones.

Le pedí su clave y se negó; se la pedí de nuevo, se negó y se molestó; se la pedí una vez más y ante su negativa no me quedo más remedio que sacar la artillería pesada. “Nana si me das la clave y no tienes nada que ocultar, genial me cortas en pedacitos, pero si no me la das terminamos”. Al ser de noche y no contar con una conexión a internet cercana no le quedó más remedio que darme su clave de Messenger.

Mientras entraba a su correo, tenía a Nana esperando en el teléfono y le dije “Si quieres que esto funcione estás haciendo lo correcto”.
Entré a su correo y para acrecentar mi infelicidad, no había nada, no existía rastro de infidelidad ni en la bandeja de entrada ni en la papelera de reciclaje y fue entonces cuando le dije ¿Ves nana? Qué problema hay era todo lo que quería” Y Nana me respondió con voz tímida y entrecortada al otro lado del teléfono “¿Hay algo?”
Me despedí de Nana, corté el teléfono y pase tres horas husmeando en su correo hasta que di con la carpeta que decía “Mensajes enviados”

Nana tontamente había olvidado vaciar la carpeta de mensajes enviados y sobre esa carpeta armé mi caso. Cuatro meses de infidelidad aparecían frente a mis ojos, cuatro meses que formaban parte de mi relación de cinco meses con ella. Es decir, de mi relación de cinco meses, cuatro de ellos habían sido una mentira, cuatro meses en los cuales la principal característica de Nana fue el cinismo descarado.

La llamé únicamente para cumplir con su derecho a réplica (ya nada me importaba, yo funciono con verdades el resto es mierda), lo negó todo, se invento una historia en la cual los extraterrestres entran a su cuenta de correo para cumplir una misión encargada por su líder, enviarle mensajes y postales de amor a Sante (Cinismo hecho persona).

Nana esta vez no se fue a su pueblo, no se fue por un tubo ni tampoco pa’l carajo, esta vez me encargué de mandarla a la mierda.
Desapareció de mi vida por casi dos semanas cuando de repente, y sin previo aviso, una mañana me llegó un mensaje de ella que decía “estoy volviendo a Lima”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si si muy bonito, para cuando la 4ta entrega? - JULES

Anónimo dijo...

uuuu yo quiero leer el siguiente!!! Cris

Anónimo dijo...

k buenaaaa, k chica pa al malaaaaa, la odio!